Hay restaurantes que viven, nacen y crecen en una especie de lucha contracorriente, unas veces contra el propio mercado y otras contra sí mismos. La improvisación en su nacimiento, la falta de conocimiento del sector de parte de sus promotores o la mala selección del espacio, la ubicación o el concepto suelen ser obstáculos que determinan la vida del negocio muy por encima de su oferta culinaria. Pienso en algunas de estas circunstancias cuando me encuentro con el Nikko recién abierto en la avenida La Mar, en Miraflores, convertida en uno de los ejes culinarios urbanos más peculiares y en cierto modo extraños que podemos encontrar. Crecida al calor de la transformación urbana de Miraflores –pocos se aventuraban a caminar más allá de la cuadra seis o siete en las noches de hace ocho o nueve años– comparte espacio con tres docenas de negocios en una zona donde la clientela es de importación. Pocas oficinas y menos viviendas en la zona para alimentar unos restaurantes que en algunos casos van y vienen a merced del viento.
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